Mucho antes de que llegaran los conquistadores a América, las sociedades prehispánicas —en una muestra de creación colectiva— habían establecido diferentes formas de organización del espacio, desplazadas ulteriormente por el modo europeo que impusieron los colonialistas mediante las leyes, con la delimitación de lugares específicos para dominantes y dominados.
Como mismo ocurrió en toda hispanoamérica, los conquistadores españoles iniciaron en México un rápido proceso fundacional de centros urbanos delimitados por un sistema de parroquias, villas y ciudades, que le facilitarían los vínculos con la metrópoli y el ejercicio de su influencia y poder.
La que hoy conocemos como la ciudad de Monterrey, capital del estado de Nuevo León, en sus inicios no era una ciudad tan próspera ni tuvo el crecimiento que requerían sus pobladores, pues no contaba con la riqueza mineral suficiente y era afectada con frecuencia por las inundaciones.
Monterrey tiene el extraño privilegio de haber sido fundada en tres ocasiones y rebautizada en una. Primeramente, el joven luso-español de origen judío-sefardita, Alberto Del Canto Díaz, la nombró el 13 de diciembre de 1575, Villa de Santa Lucía; luego, en 1583, el traficante de esclavos Luis Carvajal y de la Cueva, la denominó Villa de San Luis Rey de Francia; en 1596, el militar don Diego de Montemayor, la bautizó como Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey; mientras que el Caballero de la Orden de Santiago y Teniente del Capitán General del Reino de la Galicia, don Martín de Zavala y Sepúlveda, administrador colonial y Gobernador de Nuevo León, la rebautizó el 8 de agosto de 1664 como Villa de Cerralvo, un nombre que apenas trascendió.
La historia desvela que los dos primeros fundadores —Del Canto, autor del bautizo al emblemático Cerro de la Silla, y Carvajal— fueron víctimas de la Santa Inquisición. El primero, muy resuelto en asuntos de mujeres, fue censurado por judaizante (entonces se le llamaba marranos), pero finalmente logró escabullirse y convivir con los nativos hasta que se le retiraron las acusaciones; en tanto que a Carvajal la arremetida inquisitoria también lo puso tras las rejas, de donde nunca más logró salir.
En aquel momento, al llegar Alberto del Canto a las tierras que hoy pertenecen al centro de la ciudad de Monterrey, se encontró con numerosos manantiales y ríos, por lo que decidió instaurar la Villa en el caudaloso Ojos de Santa Lucía, en honor a la mártir cristiana Santa Lucía (Siracusa, 283 – Siracusa, 304), víctima del martirio en la etapa de la persecución de Diocleciano.
En un párrafo anterior comentamos Carvajal y de la Cueva fue víctima de la Inquisición al ser condenado a seis años en el exilio, sin embargo, murió en prisión a causa de las crueles torturas recibidas; igualmente, gran parte de sus familiares, que fueron enjuiciados y ejecutados en la Ciudad de México, en diciembre de 1596.
Por su parte, don Diego de Montemayor, nombrado alcalde mayor de la Villa de Santiago del Saltillo, recibió la autorización en 1596 para fundar una «Villa de Españoles» a orillas del río Santa Lucía, a la que después nombró Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, en honor al Virrey de la Nueva España, Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey.
Montemayor había llegado a esta parte del mundo procedente de Europa acompañado de su esposa Inés Rodríguez, madre de Inés Rodríguez de Montemayor. Tras la ruptura de su primer compromiso matrimonial, se casó con María de Esquivel, con quien tuvo a Diego de Montemayor, apodado como «El Mozo»; y como si fuera poco, su tercer casamiento lo protagonizó con Juana Porcayo, una descendiente de inmigrante portugués mucho más joven que él, con la que tuvieron a Estevanía de Montemayor y Porcayo, más tarde esposa del seductor Alberto del Canto —llamado también Alberto del Diablo—, a quien —según sus palabras— vio más de una vez en la cama con su madre, asesinada finalmente por Montemayor como resultado de sus iracundas arremetidas de celo.
La hoy famosa ciudad de Monterrey —conocida además como «La Sultana del Norte», «La capital industrial de México» y «La Ciudad de las Montañas»—, que en 1775 apenas tenía unos cientos de habitantes, ya en el siglo XIX comenzó a establecerse como un importante asiento poblacional, hasta que en 1824 se creó el estado de Nuevo León y se le designó como su capital.
Cuando en 1846 la ciudad de Monterrey fue invadida por el ejército de Estados Unidos, poco después, entre el 3 de abril y el 5 de agosto de 1864, se convirtió provisionalmente en capital de México por decreto del entonces presidente Benito Juárez, quien llegó a esta región perseguido por las tropas imperiales de Maximilano I y el ejército francés.
Ya a finales del siglo XIX y principios del XX, Monterrey alcanzó un notable crecimiento, con la instalación de industrias como Altos Hornos, fábricas cementeras, de vidrio y de cerveza.
Su crecimiento y desarrollo industrial la convierten en la actualidad como la tercera ciudad más grande de México, en tanto que epicentro comercial e industrial en el norte del país.
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